Laiciá, ay, laiciá…

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Es lo que tiene afeitarse, que le da a uno por tontear con la radio de por cima de la repisa del lavabo (con riesgo para su pescuezo, si la cuchilla se va con algunos ritmos y sones), y se le va la cabeza, cuando no la olla, a otros mundos, otras realidades. Tal vez la ley del deseo no realizado… Como quiera que sea, esta mañana en mi baño, cantaba Miguel de Molina una Triniá más laica que nunca.

Triniá, ay, Triniá…

Laiciá, ay, laiciá…

En España, hoy por hoy, para todos los Gobiernos la laicidad es pieza de museo: se mira, se habla de ella, se discute… pero no se mueve un dedo por ella. Aconfesionalidad del Estado, larga la Constitución, y los poderes constitucionales continúan, hasta el presente, mirando para Coria. O Gelves. ¡Dichosa tierra de cirios y palos!

Laicismo, laicidad, laiciá en España. Esa triste historia de museos y banqueros y clérigos más churros que merinos.

Ahí va la copla, último recurso irónico y burlesco que le queda al pueblo para no hacerse malasangre, y sobrevivir.

“Y ante el cuadro no acabao
así decía el pintor:
Tú mes has hecho desgraciao;
sin ti ¡qué voy a hacé yo!
Laiciá, mi Laiciá,
la de la Puerta real;
carita de Nazarena,
con la Virgen Macarena
yo te tengo compará;
y algo tu vía envenena”.

Pues eso, y ustedes dispensen. Este cuadro no acabao, esa vía envenedada, será realidad un día.


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